domingo, 25 de junio de 2017

La extinción es para siempre - Claudio Campagna

Aproximadamente un cuarto de las 80.000 especies de plantas y animales categorizadas por expertos están amenazadas de extinción; 5.200 andan por el borde del precipicio, y tal vez alguna esté cayendo mientras el lector se adentra en esta nota. La causa: el uso excesivo, la destrucción de ambientes. ¿Qué significa extinguirse por causa humana? Significa que se han ido matando (directa o indirectamente) a todos los representantes de una forma de vida, hasta el último. La tragedia en los mares es la sobre-explotación y la pesca el mecanismo; la destrucción de ambientes opera en los continentes. Nuestra especie desplaza a innumerables otras, hasta aniquilarlas.
¿Es la extinción causada por el comportamiento humano un problema moral? En base a primeros principios, es inmoral tratar a un ser humano como un medio para un fin, pero esa es la manera que tiene nuestra forma de vida (y el resto también) de tratar a otras formas de vida. Sin embargo, ¿quién duda que algo extraño, particular, inaceptable sucede cuando un pájaro, una rana, un pez o un insecto dejan de existir? Hay quienes racionalizan y justifican en base a costos y beneficios: o somos “nosotros” o son “ellos”.
El mundo necesita desarrollarse, nos dicen; son demasiados los pobres, dicen. Y es cierto, pero para revertir el mal le golpean fuerte la puerta a la naturaleza y la aniquilan con actividades extractivas sin límites, o reduciendo las áreas naturales, incluso las protegidas. ¿Por qué no golpean las puertas de los 60 humanos más ricos del planeta que han acumulado más capital que tres mil millones de co-terráqueos? Debe ser más fácil pedirle a la naturaleza.
Y en medio de la confusión de valores, aparece la solución: “de-extinguir”. De-extinguir es provocar una “resurrección” mediante técnicas genéticas, es “resucitar”, devolver lo muerto a la vida, rescatar una especie de la muerte a partir de producir, en el laboratorio de biología sintética, individuos que se parezcan a los que alguna vez pertenecían a la forma que fue empujada al abismo. ¿Qué credo místico promueve esta noción con estos términos? Uno con excelente reputación: la ciencia.
Dicen algunas escrituras: el arcángel Gabriel anunció a María que gestaría al hijo de Dios, concebido en su virgen vientre. Así es como Jesús nacería, moriría y también resucitaría. Sin voluntad de ofensa, la narrativa es inesperadamente semejante a la de los entusiastas por la de-extinción. Del cuerpo muerto de individuos de una especie extinguida se extrae ADN y se genera “un libro” en código. Si al libro le faltan páginas, se lo completa con páginas parecidas de otra especie viva. Se reparan imperfecciones y se instala el código en una célula. La célula comienza a multiplicarse. Si se trata de un mamífero, se las implanta en el útero de una madre postiza que presta el vientre. Si el embrión se desarrolla y nace, la especie se considera de-extinguida. Si muere, se extinguió dos veces… El drama de no comprender qué implica empujar a una forma de vida a desaparecer se complica con el de intentar reparar el daño; la tragedia griega no tiene fin. Los a favor de la magia superan con sus ideas el trabajo de los arcángeles: los individuos de la especie a de-extinguir pudieron haber permanecido muertos no tres días sino miles de años. El rescate necesita cuerpos vivos de organismos no extinguidos que donen células, o incluso un vientre. Pero ese no es un problema. Una madre virgen gesta una vida que le llega concebida por obra y gracia de los científicos que se la implantaron. ¿Y si ocurre el nacimiento? Entonces se lo llama una resurrección. Búsquese artículos sobre la de-extinción y podrán superar cualquier escepticismo que mi prosa haya generado.
La de-extinción no está ocurriendo aún, y nunca será herramienta útil a la conservación. Los cuestionamientos son ecológicos y éticos. ¿Y si el ambiente original de la especie muerta ya no existe? Por ahora se habla. Y hasta puede que en algunos casos se justifique aplicar la idea de manera razonable (serán excepcionales). Antes, sin embargo, se debería atender a las miles de especies aún vivas y al borde de perderse por decisión humana, entre ellas las 5.200 que vienen cayendo estrepitosamente.
Se dice: si fuimos causa, tenemos obligación de revertir lo malo que hemos hecho. El debate recién empieza. El fin de este artículo es marcarle un aspecto en particular: el lenguaje. Los a favor del “milagro de la ciencia” se defienden: “¡son sólo palabras… se entiende que no son ‘milagros-milagros’!” Pero a fuerza de martillar, se instala el mensaje de que la extinción no es para siempre. Así opera el lenguaje, crea el escenario sobre el que el pensamiento actúa, genera el público y se aplaude a sí mismo.
Hoy, un gran científico es un ingeniero molecular que maquina futurismo. Son mentes prácticas que en algún momento controlaron la piedra, el fuego o la energía atómica. Son inteligentes, bienintencionados, pero empujarán los límites, como los dioses. Mientras tanto, ¿qué hacen los filósofos además de obnubilarse con la ciencia? La ética que resguarda a la naturaleza requiere desarrollo antes de que el concepto de naturaleza que manejan los filósofos sea obsoleto.
Claudio Campagna es médico y biólogo (UBA y Universidad de California)